Hace 51 años, Los Jaivas nos cantaban ‘para qué vivir tan separados, si la Tierra nos quiere juntar’. Y quizá hoy no estamos viviendo más juntos que antes.
En un artículo a publicarse, medimos la movilidad intergeneracional en Chile y algunos de los factores que la promueven. Vemos que nuestro país posee una movilidad social moderada y con transmisión de ingresos baja (cifra de 0,21, donde 0 es nula y 1 es completa). Este número es similar a países como Australia, es mayor a Estados Unidos y menor a Suecia.
Si acercamos más la mirada a la población chilena, vemos que existe una alta movilidad social en el 90% de la población de menores ingresos. En contraste, la movilidad social en el decil más rico en Chile es muy baja. Esto, porque según estudios de la profesora de Stanford y socióloga chilena Florencia Torche, los grupos de mayores recursos en Chile presentan una altísima persistencia intergeneracional en sus profesiones. Es decir, los padres de este grupo son capaces de transmitir oportunidades e ingresos futuros a sus hijos. Esta ‘persistencia social’ son también ‘techos invisibles’ para el resto de la población, grupo mayoritario al cual le está prácticamente vedado que sus descendientes alguna vez formen parte del decil más rico de la población.
A modo de caricatura, podríamos decir que hay dos Chiles. Un Chile, el mayoritario, con una movilidad social vigorosa, pero con un techo casi infranqueable, que se debe mover con pocas opciones en salud, o poco margen para elegir entre la educación privada, subvencionada o municipal; vivir en barrios con escasos espacios verdes y en una vivienda con poco espacio para que sus niños se desarrollen. El Chile minoritario, el que ha tenido la suerte de nacer en el decil más rico, puede elegir los colegios de sus hijos con mayor holgura, utilizar salud privada, vivir en barrios con amplios espacios verdes, con seguridad ciudadana reforzada, y en casas urbanas espaciosas y jardín.
No creemos que sea sustentable continuar así y con diferencias tan notorias por la transmisión de ingresos. Tampoco creemos que será fácil tener un país más integrado e inclusivo de la noche a la mañana. Ello requerirá de una visión compartida, trabajo, entendimiento, acuerdos, esfuerzo y tiempo para reforzar la movilidad social. El problema es que no se aprecian ni una visión compartida, ni entendimiento, ni acuerdos. Quizás, tampoco tenemos mucho tiempo.
En los últimos cuatro años, como nación, hemos pasado por una crisis social, un acuerdo por un cambio en el contrato social, y dos intentos fallidos para materializar dicho nuevo contrato. Ojalá que esta nueva etapa tenga como foco el vivir todos juntos: el construir instituciones y políticas que nos permitan compartir en un solo país. Como siempre, la primera palabra la tienen (en realidad, la tenemos) las élites. Ojalá que seamos generosos y visionarios.
En un artículo a publicarse, medimos la movilidad intergeneracional en Chile y algunos de los factores que la promueven. Vemos que nuestro país posee una movilidad social moderada y con transmisión de ingresos baja (cifra de 0,21, donde 0 es nula y 1 es completa). Este número es similar a países como Australia, es mayor a Estados Unidos y menor a Suecia.
Si acercamos más la mirada a la población chilena, vemos que existe una alta movilidad social en el 90% de la población de menores ingresos. En contraste, la movilidad social en el decil más rico en Chile es muy baja. Esto, porque según estudios de la profesora de Stanford y socióloga chilena Florencia Torche, los grupos de mayores recursos en Chile presentan una altísima persistencia intergeneracional en sus profesiones. Es decir, los padres de este grupo son capaces de transmitir oportunidades e ingresos futuros a sus hijos. Esta ‘persistencia social’ son también ‘techos invisibles’ para el resto de la población, grupo mayoritario al cual le está prácticamente vedado que sus descendientes alguna vez formen parte del decil más rico de la población.
A modo de caricatura, podríamos decir que hay dos Chiles. Un Chile, el mayoritario, con una movilidad social vigorosa, pero con un techo casi infranqueable, que se debe mover con pocas opciones en salud, o poco margen para elegir entre la educación privada, subvencionada o municipal; vivir en barrios con escasos espacios verdes y en una vivienda con poco espacio para que sus niños se desarrollen. El Chile minoritario, el que ha tenido la suerte de nacer en el decil más rico, puede elegir los colegios de sus hijos con mayor holgura, utilizar salud privada, vivir en barrios con amplios espacios verdes, con seguridad ciudadana reforzada, y en casas urbanas espaciosas y jardín.
No creemos que sea sustentable continuar así y con diferencias tan notorias por la transmisión de ingresos. Tampoco creemos que será fácil tener un país más integrado e inclusivo de la noche a la mañana. Ello requerirá de una visión compartida, trabajo, entendimiento, acuerdos, esfuerzo y tiempo para reforzar la movilidad social. El problema es que no se aprecian ni una visión compartida, ni entendimiento, ni acuerdos. Quizás, tampoco tenemos mucho tiempo.
En los últimos cuatro años, como nación, hemos pasado por una crisis social, un acuerdo por un cambio en el contrato social, y dos intentos fallidos para materializar dicho nuevo contrato. Ojalá que esta nueva etapa tenga como foco el vivir todos juntos: el construir instituciones y políticas que nos permitan compartir en un solo país. Como siempre, la primera palabra la tienen (en realidad, la tenemos) las élites. Ojalá que seamos generosos y visionarios.
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-Kenzo Asahi (Escuela de Gobierno UC, Núcleo Milenio MOVI y Cedeus); Francisco Meneses (Núcleo Milenio sobre Movilidad Intergeneracional MOVI)